sábado, 6 de noviembre de 2010

GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 3


El Gran Hotel Viena desentonó siempre en Miramar.

Es demasiado grande, demasiado imponente, demasiado caro para una localidad que, a la fecha de su apertura oficial (1945), no llegaba a los dos mil habitantes, estaba a contramano del mundo, en un paraje aislado y sin rutas directas. Así todo, Palhke invirtió en ese sitio una verdadera fortuna.

El edificio, hoy en ruinas, sigue impactando al visitante. Su estilo racionalista —tan propio en la década de los "40— perturba la mirada de aquel que observa la chata costa miramarense, puesto que su cuerpo sobresale como si fuera un gigantesco buque encallado.

Hoy silente y abandonado, el Gran Hotel Viena supo ser el testigo de una época extraña y peligrosa. Una época en que el racismo, el fanatismo político, la violencia y las catástrofes producto de la expansión nacionalsocialista desestabilizaban la paz mundial.[3] En un momento en que la idea de progreso parecía estar muerta —especialmente después de la gran guerra de 1914— un empresario alemán apostaba al futuro gastando un dineral inconcebible en un rincón desconocido del planeta. Quizás estaba pensando en los mil años de gloria que el Führer había prometido desde los estrados, augurando un Nuevo Orden Mundial bajo la sombra de la svástica. Por fortuna, ese prometido milenio se redujo a sólo doce años y la influencia de la ideología nazi se debilitó, aunque no desapareció del todo. Cuando el Tercer Reich cayó bajo las bombas aliadas y el mundo terminó declarándole la guerra a ese gigante de pies de barro, el Gran Viena Hotel se derrumbó con él. Porque la historia del hotel está indefectiblemente ligada a la del nacionalsocialismo.

¿Palhke era nazi? Adoraba, seguramente a su país, y veía con buenos ojos la rápida recuperación que experimentara desde que Hitler asumiera el poder en 1933. Se comenta que en el patio central hubo banderas nazis decorando los marcos de las ventanas y que por una denuncia debió quitarlas.[4] Por otro lado, su jefe de seguridad, Martin Krüegger, era un ingeniero condecorado en la Segunda Guerra, poco antes de hacerse cargo de la vigilancia del hotel en 1943. La gente lo describe como un tipo alto, típicamente teutón, muy serio, siempre vestido de gris y con modos autoritarios con los que controlaba a sus diez guardias armados, encargados de proteger el perímetro del Gran Viena.

Como si eso fuera poco, los Palhke mantenían una estrecha amistad con la familia Eichhorn, propietarios del famoso Eden Hotel de la localidad cordobesa de La Falda, que eran declarados miembros del Partido Nacionalsocialista. Numerosos documentos testifican esa ligazón. Además, los Eichhorn siempre se mostraron resueltamente orgullosos de exhibir sus svásticas y haber colaborado en la campaña política de Hitler, contribuyendo con dinero y actuando —posteriormente— como espías nazis desde las sierras argentinas.[5] La casualidad quiso que Walter e Ida Eichhorn tuvieran una casa de descanso a menos de doscientos metros del Gran Hotel Viena.[6] Muchos testigos afirman que ambas familias se solían reunir a tomar el té por las tardes.[7]

¿De qué charlarían?...

No lo sabemos. De hecho es muy poco lo que se conoce sobre la historia íntima del hotel. Máximo Palhke se encargó muy bien de poner todos los documentos a buen resguardo. Cuando en marzo en 1946 decidió abandonar "misteriosamente" Miramar, se llevó todos los registros del hotel.

Absolutamente todos.

Según cuentan testigos, los Palhke cargaron tres pequeños colectivos con cuadros, libros, papeles, vajilla con el logo del águila bicéfala y hasta —se dice— un juego de copas con simbología nazi. Más tarde, uno de los chóferes —de vuelta al pueblo— relató haber viajado hasta la localidad de La Cumbrecita, otro sitio identificado con nazis fugitivos, de la que regresaron con los colectivos vacíos.[8]

¿Es otra contingencia el hecho de que Palhke se retirara justamente después de la rendición alemana? Un viejo dicho británico dice: "La primera vez es casualidad. La segunda, coincidencia. La tercera, acción del enemigo".



Como señalamos anteriormente, el Gran Hotel Viena se construyó por etapas.

El sector más antiguo que se conserva es el que, en teoría, iba a estar destinado a las institutrices y se ubica en la parte rasera del complejo. Fue levantado por Palhke mientras duraba su sociedad con la señora Tremetzberger en 1938. Tenía habitaciones en duplex y era el lugar en el que la familia del empresario se hospedaba. Los baños estaban revestidos de azulejos de origen alemán y sanitarios traídos de Inglaterra. Es la única parte del hotel que desentona estilísticamente con el resto.

Entre 1940 y 1943 se construyó lo que sería el sector VIP del Gran Viena. En él estaba el ingreso principal al complejo y se concentraba todo el lujo. Constaba de una planta baja, que tenía una sucursal bancaria, correo, una central telefónica y la peluquería unisex, todo exclusivamente reservado para los huéspedes, como así también un comedor para 200 comensales lujosamente ambientado y decorado con la sobriedad del buen gusto burgués. Poseía además, dos plantas superiores con un total de 28 habitaciones cada una de ellas con baños privados, bañeras y balcones que daban a la laguna de Mar Chiquita. En los sótanos estaba la cámara frigorífica y la bodega con miles de botellas de vinos importados, traídos especialmente de Europa.

Finalmente, entre 1943 y diciembre de 1945, se terminó de construir el último sector del hotel, conocido como el "sector de clase media". Constaba de una planta baja con dos comedores y un par de pisos que contenían un total de 35 habitaciones equipadas con calefacción central (no refrigeración), baño privado y bañera. Todos los cuartos eran single (individuales) y había un ascensor que comunicaba con la planta baja, además de las escaleras de granito. Este sector del hotel es el que más se parece a un hospital y de hecho muchas personas han advertido las semejanzas arquitectónicas que tiene con nosocomios de la ciudad de Córdoba y de Capital Federal.

Separadas del resto del hotel, pero dentro del predio que éste conformaba, estaban las cocheras y la usina eléctrica. También la gran torre de agua, de más de veinte metros de altura, y capaz de contener 50.000 litros, era uno de símbolos más destacados del hotel. Tenía una escalera de 122 escalones y desde lo alto podía tenerse una visión panorámica de todo el pueblo. Un puesto privilegiado de vigilancia. Y digo bien, " vigilancia", ya que los vecinos relatan que era muy común observar a un guardia armado controlando todo desde arriba.

¿Para qué quería un hotel cinco estrellas un guardia con armas de fuego sobre una torre gigantesca de agua?

El Gran Viena era un mundo en sí mismo, cerrado, aislado al exterior. Un islote de misteriosa intimidad protegido —según se cuenta— por una decena de guardias uniformados bajo las ordenes del personaje más enigmático de todos: Martin Krüegger.

FUENTE: www.monografias.com

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