sábado, 6 de noviembre de 2010

HOTEL EDÉN - LA FALDA


Uno de los iconos más importante de la ciudad de La Falda es el Edén Hotel, de estilo arquitectónico ecléctico, con torres francesas y ornamentación alemana. Inaugurado en 1899, tenía en aquellas épocas de grandeza: 100 dormitorios, 38 baños, comedor auxiliar para niños y personal capacitado; un gran salón de fiestas, sala hall de lectura con escritorio, jardín de invierno, salón – bar, dos amplias terrazas, galería cubierta y anfiteatro (teatrino). Excepto los vinos y licores, absolutamente todo se hacía en el hotel.
Está ubicado al final de la Av. Edén (1400), luego de la fuente que corona a esta arteria.

Historia

En 1891 un viajero, Roberto Bahlke, recorre la zona a caballo y queda encantado con el lugar y decide comprar las tierras para levantar un gran hotel. En 1892, con el apoyo económico del grupo Torquinst, adquiere 1250 hectáreas de lo que hoy es La Falda, más los cerros aledaños; comenzando la gran obra en 1895, el establecimiento se llamó Edén Hotel. Su primera parte estuvo concluida en 1898. Al final del año siguiente quedó inaugurado contando con todas las comodidades y el confort imaginables para la época. Dicho emprendimiento fue vital como ente iniciador del turismo y como elemento desencadenante de la urbanización y comercialización de La Falda.


En 1904 el consorcio Torquinst vende las mil hectáreas, más todo lo construido, a María Krautner, quien lo explota hasta 1912. En ese año lo compran los hermanos alemanes Walter y Bruno Eichhorn, quienes perfeccionan las instalaciones y agregan nuevos servicios. En 1913 para generar ingresos, se venden los primeros terrenos a Emilio Wenwe.

En los años previos a la Segunda Guerra Mundial funciona en el hotel un Ateneo Alemán. En 1939, apenas iniciada la guerra, la tripulación del acorazado Graf Spee, hundido en el río de la Plata, es confinada al Edén Hotel, el cual cierra sus puertas al final de la guerra.

En 1945 el gobierno argentino incauta el hotel y lo utiliza para confinar a diplomáticos japoneses y sus familias durante dos años. Es por ese entonces cuando se derriba el águila emblemática que adornaba el frontis de la fachada principal.

En 1948 el gobierno devuelve el hotel a sus dueños, quienes lo venden a la firma integrada por Emilio Karstulovich, Constantino Kamburis y Arturo Ascher Kutcher. Con el tiempo, al no levantarse una importante deuda contraída, la firma Franco – Argentina remata el Edén el 7 de Mayo de 1953. Lo adquiere la firma CIFA (excepto el golf que lo compró Joaquín Murillo por un millón setecientos veinte mil pesos).
El 2 de julio de 1964 toma posesión María Teresa Carbone de Autilio, a nombre de la sociedad anónima Hoteles y Parques Edén en formación cuyo representante y apoderado es Armando Balbín. Ya en la década del ’60 comienza su declinación de la que se intenta reponerlo. Fue cerrado y desmantelado. Con el correr del tiempo fue víctima de constantes saqueos que lo dejaron en un estado prácticamente calamitoso .
En 1970 las fuerzas vivas inician gestiones para traer un casino e instalarlo en este establecimiento, pero el mismo es otorgado a La Cumbre en 1971.
En 1982 la firma Figo explotó el hotel, pero sólo por ese año. En realidad, tal como se apuntó antes, desde 1965 el hotel vino deteriorándose y siendo saqueado indiscriminadamente. Su parque fue invadido por malezas.

El 8 de agosto de 1988 fue declarado Monumento Histórico Municipal por el Concejo Deliberante de la Municipalidad de La Falda. Luego fue reconocido como Monumento Histórico Provincial y actualmente prosiguen las gestiones para darle a la construcción tal carácter en el orden nacional. De estilo arquitectónico ecléctico, con torres francesas y ornamentación alemana, el Edén fue todo un símbolo, no sólo de la zona sino también del país. Prueba de ello es que la correspondencia llegaba con poner únicamente Edén Hotel La Falda. Sierras de Córdoba.

De su período fundacional, debe recordarse que, el primer presidente de la Sociedad Anónima El Edén y administrador general del hotel fue Juan Kurth, ex – cónsul suizo propietario a la vez de la Estancia La Berna en Huerta Grande. Durante su gestión, el establecimiento atrajo a un selecto grupo de personas, lo cual quedaba reflejado en las pomposas cenas de etiqueta y bailes con orquestas que allí se escenificaban.
A partir de la incorporación de la austriaca María Krautner, en la conducción de la empresa, a la característica antes apuntada se incorporará la propuesta entre otros atractivos, del desarrollo de cabalgatas con destinos a la Pampa de Olaen y Vaquerías, con expertos vaquéanos.

Luego bajo la orientación de los hermanos Eichhorn, entre 1912 y 1945, el Edén vivirá su época de mayor esplendor. Para ese tiempo la capacidad era de doscientos cincuenta pasajeros. Tenía cien dormitorios, treinta y ocho baños, comedor auxiliar para niños y personal, un gran salón de fiestas, sala hall de lectura y escritorio, jardín de invierno, salón – bar, dos amplias terrazas, galería cubierta y anfiteatro.
Excepto los vinos y licores, todo se hacía en el hotel. Poseía una huerta, criadero de animales, y fábrica de embutidos conservas y hielo. Tenía además, banco y taller mecánico propios, cabina para correos y telégrafo, usina eléctrica y una orquesta estable.

El amplio jardín fue ornamentado con cincuenta especies traídas de Europa.
En cuanto a deportes, contaba con una cancha de golf de 18 hoyos donde se realizaban torneos internacionales. También tenía canchas de tenis de polvo de ladrillo iluminadas; además de una cancha de croquet y pileta de natación. Así mismo eran tradicionales las cacerías del zorro.
El mantenimiento era realizado por 125 personas. El hotel contaba para ello con taller de herrería, sala de secado y esterilizado a vapor y hasta una flotilla de taxis propia.

También entre su personal se contaban unos 10 mozos, que atendían un promedio de ochocientos comensales. Los pasajeros del hotel contaban con la seguridad de la policía privada del establecimiento.
Entre otros factores que contribuyeron al engrandecimiento del Edén, se contaron la construcción del camino Río Ceballos – La Falda, a través de las Sierras Chicas (luego denominado Camino al Cuadrado), obra que contó con apoyo financiero de la propia Sociedad Edén para la construcción de parte de sus tramos (1924 -26), y la posterior pavimentación de la ruta Buenos Aires –Córdoba.

Se alojaron en él, entre otras personalidades, el poeta nicaragüense Rubén Darío, El Príncipe de Gales, el Duque de Saboya, Albert Einstein, el Marqués de Magaz, los presidentes argentinos Julio Argentino Roca, José Figueroa Alcorta, otros representantes de la nobleza europea e integrantes de distinguidas familias de la sociedad argentina. Por ejemplo entre 1920 y 1027, estuvieron los Anchorena, Aleman, Bunge, Blaquier, Ortiz, Basualdo, Belgrano, Cornejo, Casaux, Demaría, Deheza, Ezcurra Elizalde, Escalante, Lavalle, Montes de Oca, Torquins, entre otros también estuvieron Luís Sandrini, Berta Singermann, el cuerpo de baile del Follies Bergére de París.

Actualidad - Edén Hotel, la reconstrucción del Titanic

Dicho Hotel, fue declarado Monumento Histórico Cultural. Desde entonces se ha tratado de preservarlo de la mejor manera, por ello la Municipalidad de La Falda ha concesionado el establecimiento a empresarios locales, quienes (bajo estricto control de Patrimonio de la Pcia. ), están recuperando su estructura, lugares característicos como el Salón Principal de Fiestas y el Salón Comedor: “Salón Imperial” uno de los más importantes de la zona por su equipamiento de luces y sonido de última generación.
Se ha trabajado con mucha cautela sobre los techos, instalaciones eléctricas, cañerías, sanitarios, pisos, aberturas… con la premisa fundamental de mantener intacta la fachada del Hotel.

Éstas son algunas de las obras finalizadas dentro de un proyecto que ampara un crecimiento más importante del predio. En éstos salones se realizan fiestas privadas como: casamientos, cumpleaños, agasajos, etc.

Permanentemente se acentúa el trabajo en el re-acondicionamiento general de su fachada, parques, jardines, techos, aberturas y la habitación presidencial (la más importante del Edén).
En el Hotel se efectúan visitas guiadas diurnas y nocturnas los días lunes, miércoles y jueves desde las 22:00 y 00:00 hs; llevadas adelante por profesionales que van relatando a los visitantes el nacimiento de la ciudad, la historia. En sus instalaciones además, como agregado cultural, un museo de trenes en miniatura “TRENSHOW” y una cava de 1898 con degustaciones de quesos, salame de la colonia, vinos, alfajores regionales y cuenta con una tienda de regalos artesanales y recuerdos del lugar.
Artistas como: Cacho Buenaventura, Mercedes Sosa, Estela Raval y los Cinco Latinos, Carlitos Bala, Patricia Sosa, Valeria Lynch, Roberto Piazza, Edén Tango Club, Piñón Fijo, Katunga, son algunos de los espectáculos que hoy, el Edén brinda

FUENTE: www.lafalda.gov.ar

EL HOTEL EDÉN Y EL NAZISMO POR JORGE CAMARASA


En La Falda, fantasmas nazis sobrevuelan el Edén

Un documento del FBI fechado cuatro meses después del suicidio de Hitler alertaba sobre la posibilidad de que el Führer huyera con destino al hotel de sus amigos, el Edén, en Córdoba.

Durante la guerra sus dueños -amigos de Hitler- recaudaban dinero para el nazismo.
Sesenta años después de la capitulación del Tercer Reich, firmada el 8 de mayo de 1945, el Hotel Edén de La Falda, uno de los más acabados íconos hitlerianos de Córdoba, espera una licitación milagrosa que lo salve de una vez del abandono en que se encuentra.

Ruinoso y desde hace años a punto de derrumbarse, sus viejas paredes a medio empapelar encierran el prólogo a la historia negra de los nazis llegados a la Argentina al amparo del primer gobierno peronista.

Sus propietarios durante la guerra, Walter e Ida Eichhorn, habían sido amigos personales de Adolf Hitler y algunos de sus oficiales de estado mayor, y el 17 de setiembre de 1945 el FBI norteamericano llamaría la atención sobre la pareja y su hotel: "Si el Führer tuviera en algún momento dificultades, él podría encontrar un refugio en La Falda, donde ya se han hecho los preparativos necesarios".

El documento está fechado cuatro meses y diez días después de que Hitler se suicidara en el búnker de la Cancillería, en Berlín, y forma parte de una serie en la que el FBI investigó la supuesta huida del jefe nazi hacia la Argentina, una hipótesis que resultaría disparatada.

Recaudación en las sierras

La atención de los americanos sobre el matrimonio Eichhorn había comenzado a manifestarse meses antes del fin de la guerra, cuando consiguieron recopilar información de inteligencia en Buenos Aires que los comprometía.

En pocas semanas, el FBI había descubierto que la relación entre el führer y los dueños del Hotel Edén era más que estrecha, y que los Eichhorn no sólo eran nazis confesos y activos, sino que además habían actuado como recaudadores de dinero durante la campaña de Hitler para acceder al poder.

Ya en 1935, durante un viaje a Europa de la pareja, el 15 de mayo habían sido recibidos en la Cancillería del Reich y condecorados por el jefe del partido. "Querido camarada Eichhorn", había dicho un solemne Adolf Hitler ese día. "Desde su ingreso en 1924, usted y su esposa han apoyado al movimiento nacionalsocialista con enorme espíritu de sacrificio y acertada acción, y a mí personalmente, ya que fue su ayuda económica la que me permitió -en el verdadero significado de la palabra- seguir guiando la organización".

La colaboración seguiría en los años siguientes hasta tal punto que Ida Eichhorn y su esposo, en las sierras, durante el verano de 1944, recaudarían el equivalente a 30 mil marcos de la época, que habían enviado a Berlín a nombre del ministro de Propaganda, Joseph Gobbels.

En los últimos meses de la guerra, según recuerda el historiador local Carlos Panozzo, La Falda pasaría de ser un centro de recaudación a un lugar de refugio: en el puesto policial cercano al Edén de los Eichhorn, 1.200 alemanes recién llegados iniciarían el trámite para obtener documentos argentinos, alegando que estaban radicados allí.

Un hotel muy particular

Los Eichhorn habían llegado a La Falda en 1912 y compraron el Edén a otros alemanes que habían comenzado a explotarlo a finales de siglo. A partir de entonces, se iba a convertir en un hotel de cien habitaciones y cuarenta baños; comedor para 250 personas, bodegas repletas, salones decorados con arañas de Murano y mármoles de Carrara, donde las familias más aristocráticas de la Argentina llegaban con su propio personal de servicio a pasar largas temporadas.

Según los registros de huéspedes, que aún se conservan, en el Edén se alojaban científicos como Albert Einstein, poetas como Rubén Darío, presidentes como Julio Roca y Agustín P. Justo, y príncipes como el italiano Umberto de Saboya. Las instalaciones contaban con un cine propio, frigorífico y generadores de energía, el crecimiento de La Falda se construiría a la sombra de su influencia.

Sin embargo, a partir de los años treinta el hotel iba a adquirir algunas características particulares. Viejos empleados todavía recuerdan los utensilios de cocina grabados con la cruz esvástica, y según reconstruye el historiador Panozzo, "los discursos y arengas de Hitler, en su momento de mayor auge, eran captados por una antena de onda corta levantada en el techo del Edén, y retransmitidos dentro y fuera del hotel por altoparlantes".

En uno de los salones reservados del hotel, un gran retrato de Hitler, autografiado, presidía las ceremonias privadas de los Eichhorn. Viejas fotografías de Arturo Francisco, el primer fotógrafo de La Falda, muestran el retrato rodeado de ofrendas florales, como si el salón fuera un lugar de culto.

Una carta de los Eichhorn a unos amigos alemanes, reproducida en un film documental, dice textualmente: "(...) La Falda es enteramente obra nuestra y por lo tanto tiene un fuerte tinte alemán. Obviamente, nos hemos preocupado muy bien en que el pensamiento político de toda nuestra gente sea sin excepción nacionalsocialista".

El mito de la fuga de Hitler

El documento del FBI que pone en evidencia a los Eichhorn plantea también la sospecha de que Adolf Hitler hubiese podido escapar de Berlín y refugiarse en las sierras cordobesas. Hasta hace pocos años la sospecha había dejado lugar a la leyenda, y en La Falda todavía se podían escuchar testimonios de quienes juraban haber visto al führer caminando por allí.

Uno de esos presuntos testigos era una ex empleada del hotel, Catalina Damero, quien fantaseaba con haberle llevado la comida a Hitler, "a quien los Eichhorn alojaban en una habitación reservada del hotel".

Aunque esto no fuese cierto, la historia del Edén había estado muy ligada al nazismo, y tras el fin de la guerra los vientos cambiaron brutalmente para los alemanes de La Falda. Tras el armisticio, del cual hoy se cumplen sesenta años, un grupo de militantes antinazis derrumbó el águila que coronaba el capitel del edificio, y de la noche a la mañana las casas de los Eichhorn y sus amigos aparecieron pintadas con la "V" de la victoria que habían popularizado Winston Churchill.

Uno de esos antinazis había sido Ernesto Guevara Lynch, el padre del Che, a quien muchas veces había llevado en sus correrías por las sierras para espiar a los Eichhorn.

El final del Edén

Tras la rendición de Alemania, a la que Argentina había declarado la guerra sólo unas semanas antes, el hotel le fue expropiado temporalmente a los Eichhorn, como parte de la "propiedad enemiga" que había en el país.

Sus instalaciones iban a servir, en las semanas siguientes, para la internación del embajador japonés y todo su cuerpo diplomático, quienes habían quedado prisioneros con la derrota del Eje. Permanecerían allí durante ocho meses, al cabo de los cuales el Edén entraría en una especie de cono de sombras y más tarde no se podría saber con certeza ni quiénes eran sus dueños. Una de las versiones más insistentes era que se lo había quedado Juan Duarte, el hermano de Eva Perón, que a la vez era el secretario del presidente.

Con los años, otras historias de nazis circularían por allí. Adolf Eichmann y su familia, por ejemplo, visitarían con frecuencia La Falda, y Adolfo, uno de los hijos del autor de la "Solución Final", se casaría con la hija de un ex jardinero del hotel llamado Pummer.

También un ex marino del acorazado "Graf Spee" Erich Müller formaría matrimonio con María Zárate, quien había sido camarera del Edén.

Ahora, sesenta años después del fin de la guerra, ese ícono nazi de las sierras cordobesas espera una licitación que lo salve del derrumbe. Su historia, sin embargo, sobrevivirá a cualquier contingencia: será para siempre el hotel donde el FBI sospechó que se escondería Adolf Hitler, si hubiera conseguido escapar a la Argentina.
FUENTE: www.rionegro.com.ar

HOTEL EDEN - ARQUITECTURA Y VISITANTES

Desde su creación en 1899 impuso a la región un destino turístico. Allí se alojaron grandes personalidades tanto de la política, las ciencias y las artes del país y el mundo entero.
Quedan constancias de la presencia del Príncipe de Gales y el de Saboya, Albert Einstein, los presidentes argentinos Julio A Roca, Figueroa Alcorta, así como lo mas granado de la nobleza europea y los apellidos mas ilustres de la sociedad argentina.
El hotel Eden es el resultado de la conbinación de las sutilezas del arte finisecular con los portentos de la ciencia recien nacida del S XX.

Una gran escalinata de mármol daba entrada a sus salones y habitaciones decoradas con la riqueza y esquisitez de aquella época. Contaba con 100 habitaciones, 38 cuartos de baño, un gran salón comedor para 250 personas, un comedor auxiliar para niños y personal, un salón de fiestas, sala de lectura, escritorio, 2 jardines de invierno, salón bar, 1 galería cubierta y 2 balcones desde los que se apreciaba el magnífico parque con su fuente de mármol con 2 leones a cada lado y los miles de árboles plantados en su predio traídos del viejo mundo, siendo hoy un reservorio forestal favorecido por su excepconal clima.
En el subsuelo funcionaba un salón de billar, juegos, toilettes, sótano, bodega y 16 habitaciones para el servicio.
Contaba con usina propia, generadora de luz y calefacción central, talleres, cocheras, quinta y corrales para el abastecimiento y procesado de todos los alimentos que ofrecían.
Poseía caballerizas que proveían los animales para las cabalgatas y cacería del zorro. Un campo de golf de 18 hoyos, una pileta de natación con aguas renovadas por una vertiente, canchas de tennis y hasta un establecimiento bancario.
Su mobiliario, vajilla, cristalería, platería, estatuas, alfombras, pianos y pinturas fueron traídos desde Europa, repondiendo a los cánones del art noveau.
Se caracterizaba por sus grandes bailes donde se vestía de rigurosa etiqueta durante todas las noches de la temporada, danzando al compás de orquestas de renombre.
Es el antecedente más importante de los hoteles autoabastecidos.

El hotel Edén prometía a sus pasajeros en su época de esplendor, un lugar paradisíaco ideal para toda época del año, perfecto para el espíritu y la salud.
Entre 1912 y 1945 vivió su época de mayor esplendor. En nuestros días se intenta la transformación y recuperación del inmueble adaptándolo para el funcionamiento como hospedaje de nivel internacional con sala de congresos y convenciones, spa, restaurante de lujo y una planificación integral, mediante una concesión a través de un mecanismo de iniciativa privada que ya comenzó con el proceso de las reformas .

FUENTE: www.trazosdigital.com.ar

FOTOS DE LA WEB (créditos a quien corresponda)
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FOTOS DEL HOTEL EDEN EXTRAIDAS DEL EXCELENTE DVD " EDEN HOTEL" EL NACIMIENTO DE UN PUEBLO REALIZADO POR LA GENTE QUE ESTA TRABAJANDO EN EL LUGAR


VIDEO DE: fabianrez
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VIDEO DE MarieCurie83

HOTEL EDEN - EL MISTERIO


Una historia muy interesante





VIDEOS DE: infiernorojocapo1

HOTEL EDÉN - ELOGIO DE LA DIFERENCIA


Elogio de la diferencia

En su libro "El Hotel Edén de La Falda", el historiador Carlos Panozzo reproduce una carta que el 28 de enero de 1930 un grupo de alemanes de la zona envió al ministro de Obras Públicas de Córdoba. En el documento, suscripto por veinticinco habitantes de Villa Edén, la zona que rodeaba al hotel, los vecinos reclamaban que no querían integrarse a La Falda ni a su municipio. Las razones que alegaban era que sus chalets estaban mejor construidos y sus calles mejor delineadas, y que el pueblo era "una población como cualquier otra, donde sus habitantes ejercen actividades propias de toda agrupación de gente".

El mismo día, en otra carta dirigida a una tal "señora Seyppel", Walter Eichhorn le pide que apoye este movimiento separatista y culmina despidiéndose: "Esto hará bien a todos. En nombre de Dios, saludos a todos nosotros y salve al Tercer Reich".

FUENTE: www.rionegro.com.ar

GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - INTRODUCCIÓN

De lejos semeja una lúgubre penitenciaria adentrándose en el Mar de Ansenuza, delineando su perfil en el cielo. Es la única estructura que sobresale del piso. Todas las demás desaparecieron tragadas por la fuerza de la inundación que azotó a la ciudad de Miramar (Córdoba) entre 1977 y 1985. Poco es lo que queda de aquel balneario mediterráneo que supo acoger a más de 70.000 veraneantes por temporada. La naturaleza y las explosiones controladas por el Ejército Argentino en 1992, demolieron lo que sobrevivía de un pueblo anegado por el agua salada de la hoy llamada laguna de Mar Chiquita.

Pero el Gran Hotel Viena se mantiene en pie.

Gigantesco, monolítico, exhibiendo un estilo arquitectónico racionalista, en un contexto general que lo que menos tiene es de racional, el Gran Viena sigue luchando contra el abandono, la desidia gubernamental y la humedad salina que lo acosa año tras año, sin terminar de destruirlo del todo.

Es un símbolo del pueblo, un atractivo turístico poco explotado y un misterio histórico que aún requiere de su Champollión para que pueda descifrar un pasado sin fuentes escritas.

Cual un fogón imaginario, el Gran Hotel Viena propicia el desarrollo de leyendas, rumores sin confirmar e historias locales que, alimentadas por la casi inexistente documentación y una tendenciosa inclinación al ocultamiento, generan un universo misterioso en el que se mezclan criminales de la Segunda Guerra Mundial, extrañas inversiones de origen nazi, envenenamientos, lavado de dinero y, desde hace poco, fantasmas.
La historia del viejo hotel está aún por escribirse. A la fecha ningún libro le ha dedicado un estudio pormenorizado, a no ser unas pocas líneas en trabajos periodísticos por Internet o referencias en obras —no demasiado académicas— que tratan el tan vapuleado tema de la presencia de Adolf Hitler en Argentina. Y no los culpo. El Gran Hotel Viena es un poderoso catalizador de fantasías. Su sólo aspecto, enclavado en una reciente península, invita a imaginar sucesos que nunca ocurrieron. Su impenetrable silencio no tiene —a la fecha— fuentes en las que basarse para rescatar de él alguna historia fehacientemente confirmada.

Mudo, críptico, oscuro, el hotel habla por boca de otros: los vecinos de Miramar, que se constituyen en los únicos guardianes del patrimonio oral e intangible que nos permite adentrar hipótesis provisionales sobre su verdadera historia.

Es un trabajo insalubre. A veces peligroso, en especial si se vive en el pueblo, ya que un pacto de silencio parece haberse firmado entre los más viejos, reacios a que el Gran Viena divulgue sus historias. Pero siempre despunta alguien con la firme voluntad de rescatar la verdad del olvido. En el caso del Gran Hotel Viena esa persona se llama Patricia Zapata, la guía turística local.

Ella y un reducido grupo de personas, acantonados en la Asociación Civil Amigos del Gran Hotel Viena , están en la ardua tarea de desempolvar el devenir histórico del edificio. Pocos son sus recursos y menor el apoyo que reciben por parte del gobierno provincial (que aún no se ha dignado en declarar al viejo hotel como patrimonio histórico provincial), a pesar de ser uno de los atractivos turísticos más importantes que tiene el pueblo de Miramar.

Lo que Patricia Zapata ha conseguido es inmenso. Guiada por un entrañable amor al hotel y una curiosidad infinita, "La Loca del Viena" —como ella misma se autodenomina— consiguió reconstruir, a partir de testimonios orales, mucho más de lo esperado. A su trabajo " en solitario" es que le debemos la poca información que disponemos y no cabe duda de que la historia de esa mole levantada a principios de la década del "40 quedará, indefectiblemente, ligada a su apellido.
¿Cómo es posible que no queden ni siquiera los planos de tan importante obra arquitectónica? ¿Qué sucedió con todos sus registros? ¿Dónde están los documentos que certifican sus primeros años de vida? ¿Se perdieron o los perdieron? ¿Fueron destruidos o descansan en alguna buhardilla olvidada de la localidad cordobesa de La Cumbrecita, tan ligada a la historia del nazismo? ¿Qué esconde el Gran Hotel Viena que sigue molestando a tantos? ¿Qué motivos hay para que muchos pretendan seguir manteniendo en el olvido la historia que transcurrió entre sus paredes? ¿Nazis? ¿Criminales de guerra escondidos tras el apellido de algún bienintencionado vecino? ¿O estamos dejándonos llevar por la imaginación?

Ésas y otras preguntas serán las que intentaré responder en este reducido ensayo a partir de la información que recabé, hace muy poco tiempo, en el viaje que hice a Miramar. Quiero expresar mi más profundo agradecimiento a la persona que tuve por principal informante y a la que le debo casi todos los datos recabados: la miramarense y guía Patricia Zapata. De no ser por su generosidad y compromiso con la historia del Gran Viena, su pasado seguiría siendo mucho más oscuro de lo que es en la actualidad.


FUENTE: www.monografias.com

GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 1

Cuando Máximo Palhke decidió invertir el equivalente actual de veinticinco millones de dólares en un pueblo perdido al noreste de la provincia de Córdoba, para levantar lo que fuera el Gran Hotel Viena , la historia de la región ya estaba enraizada en un largo proceso de colonización, inaugurado en la década de 1890 y que diera origen a la llamada "pampa gringa".

La zona aledaña a la gran laguna de Mar Chiquita (conocida en lengua aborigen como Mar de Ansenuza) había recibido a muchos inmigrantes de origen italiano, español y alemán a fines del siglo XIX y, en una época de por sí optimista y con una agricultura que empezaba a convertir al país en el mítico "granero del mundo ", la región se transformó en un nuevo " El Dorado" donde era posible alcanzar el bienestar y la prosperidad que tanto deseaban y Europa ya no podía darles.

De las decenas de colonias que crecieron en Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe (muchas de ellas convertidas más tarde en pueblos y ciudades), sólo Miramar se levantó de cara al gran mar interior. Aún hoy sigue siendo la única población asentada frente a los 3.900 kilómetros cuadrados de agua salada que conforman la inmensa laguna.

Sus dimensiones son enormes y aunque actualmente no tenga los 10.500 kilómetros cuadrados que alcanzó con la gran inundación del 2003, pararse en sus costas —sabiéndose en medio de una pampa dilatada y chata como un mantel— es una experiencia sobrecogedora. El cielo y el agua se unen en un horizonte líquido que —por las mañanas cuando se navega— pareciera que se está en presencia del último confín de la tierra, el mismísimo fin del mundo.

Espectáculo aparte son los atardeceres en Miramar. En ellos el sol se pone sobre las aguas de la laguna, penetrando todo de un fuerte color naranja, que estimulan los sentidos y le dan a las bandadas de flamencos un tinte cromático que los convierten aves de otro planeta. Es un paisaje hermoso y desconocido al mismo tiempo, pero enclavado en una geografía en la que la convivencia con el hombre ha sido dificultosa.

Los inmigrantes que levantaron sus reales en la zona hacia 1890 poco sabían de geografía o de cuencas endorreicas. Dispuestos a "hacerse la América" en una provincia en la que podían aspirar a tener tierras propias, intentaron prosperar como agricultores. Pusieron todo su empeño (al punto de crearse el estereotipo del "gringo laburador") pero la salinidad de la región les complicó el panorama y ya para el año 1900 el descubrimiento de las propiedades curativas del agua salada y su fango, atrajo la atención de algunos miembros de la oligarquía argentina y europea que buscaban salidas terapéuticas a sus dolencias. Se estaba imponiendo el termalismo y ese tipo de turismo-salud permitió que se efectuara una reconversión laboral en toda la comarca. Muy pronto, los colonos advirtieron que hospedar gente en sus ranchos podía ser un negocio y no faltaron los emprendedores —devenidos en la " historia oficial" en desinteresados pioneros fundadores— que advirtieran la veta comercial que se les presentaba, dando origen a un flujo de primitivo turismo que terminaría convirtiéndose en la principal actividad económica de los miramarenses.[1]

¿Cuál era el atractivo que tenía ese perdido rincón del noreste cordobés?

En gran parte el aislamiento y la moda impuesta desde las playas europeas por curar las enfermedades mientras se disfrutaba del ocio. Por otro lado, la falta de medicamentos y el temor al contagio volvieron a los lugares alejados en codiciados sitios de las clases sociales pudientes de principios del siglo XX.

Aire puro, agua salada, yodo y un fango capaz de sanar reuma, soriasis y problemas articulares, además de "fortalecer" el organismo, se constituyeron en la principal oferta de los primeros hoteles de Miramar. Y así fue como nació y creció el pueblo.

Al principio, los visitantes se alojaban en las rústicas casas de los inmigrantes, convirtiéndose en las primeras pensiones. Pero entre 1910 y 1920 —viendo que el negocio prosperaba—, don Vittorio Rosso —vecino del pueblo— puso en funcionamiento el célebre Hotel Mira-Mar, que al principio disponía de únicamente dos habitaciones pero que, para mediados de la década del "30, había crecido y ponía a disposición de su clientela sesenta cuartos, cómodos y bien aireados. Al mismo tiempo se aseguraba la llegada de clientes por medio de una flotilla de autos, que usaba para ir a buscarlos a la cercana ciudad de Balnearia, que era donde éstos bajaban del tren.

Las cosas marcharon bien y las pensiones florecieron como hongos. Pero a partir de de 1946 y hasta 1957 la enorme laguna empezó a secarse y el agua se alejó de la costa unos tres kilómetros. Los veraneantes tenían que caminar más de treinta cuadras para llegar al mar y eso sí era un problema. Para darle solución, los empresarios construyeron piletas de agua salada cerca de los hoteles.

Pero el agua regresó en 1958.

Regresó con mucha fuerza. Tanta que sobrevino un gran desastre. En 1959 una inundación afectó a todo el pueblo, prolongando los malos años hasta fines de 1963. Recién en el "64 el agua se retiró dando inicio a un nuevo período seco. Los historiadores locales sostienen que la llamada " Edad de Oro" de Miramar se dio entre 1968 y diciembre de 1976. En esos años el pueblo creció y se transformó en un importante centro turístico, con 110 hoteles habilitados, miles de turistas, restaurantes y casino propio. Todo parecía indicar que el progreso había llegado para quedarse definitivamente, pero en enero de 1977 la laguna empezó a crecer otra vez, sin intensión de detenerse ante las casa.

La inundación de 1977-1985 no fue repentina. El crecimiento del nivel de la oceánica laguna resultó ser un proceso de mediano y largo plazo, pero irreversible. Nada se pudo hacer contra la fuerza del agua. De nada sirvieron los bloques de cemento que el municipio colocó todo a lo largo de la costanera de 3 km. Inútil resultaron las máquinas que bombeaban el agua , devolviéndola al "mar".

La vieja diosa Ansenuza tomaba lo que por derecho natural le era propio y toda la tecnología de la época se volvió inoperante ante la fuerza del oleaje. El hombre tuvo que someterse —una vez más— ante la naturaleza sin control.

No faltaron aquellos que, con un claro pensamiento mágico, negaron la realidad. "A mí no puede pasarme nada", decían unos. "El agua se detendrá", sostenían otros. Y resistieron aún con el agua en los tobillos y sus muebles sobre tacos de madera para salvarlos de la humedad.

Pero la laguna no se detuvo.

Los rezos (seguramente muchos) no fueron escuchados, tal vez porque la diosa local no entendía el dialecto de los inmigrantes, ignorantes de la lengua aborigen (erradicada y olvidada desde los días de la conquista).

El saldo final fue catastrófico. Más de la mitad del pueblo (un 60 %) quedó bajo las aguas, exhibiéndose como un cadáver, flotando ante la azorada y dolida mirada de los habitantes.

Era insoportable convivir con esas ruinas por delante. Miles de sueños, proyectos y décadas de esfuerzo se vieron truncados en pocos años. Los techos de las casas particulares, que emergían del agua como ballenas hechas de tejas, devolvían a diario la recreación de la tragedia. Hoteles, centros de salud, el casino, la Terminal de ómnibus y 37 manzanas habitadas se desgastaban por las olas y la salinidad de la laguna. Era como vivir con el cadáver de un ser querido a la vista de todos. Por eso, en 1992, el gobierno municipal decidió demoler lo que quedaba de la vieja y anegada Miramar, contratando los servicios del Tercer Cuerpo de Ejército.

Explosiones e implosiones de por medio, los miramarenses hicieron "borrón y cuenta nueva " bajo el poderoso influjo de la dinamita. La ruinas de lo que quedaba del pueblo desaparecieron por completo. Entonces sí, convertido todo en escombros, el antiguo asentamiento urbano se dispersó bajo el agua para siempre.

FUENTE: www.monografias.com

GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 2

La aparición del Gran Hotel Viena se inserta en un contexto muy poco convencional en la historia de un pueblo y le agrega al devenir de Miramar la "pimienta" que le faltaba.

¿Cómo es que surgió, en una localidad que tenía sólo 1600 habitantes, un emprendimiento hotelero de esas características?

La "historia oficial" cuenta que un acaudalado empresario alemán, Máximo Palhke, gerente de una multinacional germana llamada Manesmann, visitó el pueblo de Miramar en el verano de 1936, buscando algo que no podía comprar con dinero: la salud de su familia, de por sí bastante problemática.

La fama de la laguna, con sus aguas curativas y su fango terapéutico, hicieron que el grupo familiar se instalara en una rústica pensión, propiedad de una mujer de origen alemán, Ana María Scorchuber de Tremetzbeger, a quien Palhke conocía por haber trabajo anteriormente en la empresa que él gerenciaba en Buenos Aires. Allí, a lo largo de los meses de verano, el hijo de Palhke —que sufría de soriasis— experimentó una notable y definitiva mejoría. Fue entonces cuando su padre decidió invertir en la zona, " en agradecimiento por la sanación" y entró en sociedad con la propietaria de la vieja pensión. Unieron capitales y así nació la renovada Pensión Alemana con un nuevo pabellón de dieciséis habitaciones, en el año 1938.

Pero la sociedad duró muy poco. En 1939, problemas entre la esposa de Palhke (Melita Fleishesberger) y la antigua propietaria, condujeron a la disolución del emprendimiento conjunto. Máximo Palhke compró la parte de su ex socia y rebautizó la pensión con el nombre de Pensión Viena, en honor a la ciudad natal de su mujer. Por su parte, María Tremetzberger, con el dinero recaudado, construyó un nuevo hotel, a una cuadra de distancia. Lo llamó Hotel Alemán y se convirtió en el principal competidor de la pensión de Palhke.

Pero el dinero hizo la diferencia.

El mismo año en que Hitler invadía Francia (1940), desplegando su imparable Guerra Relámpago , Máximo Palhke demolió la parte más antigua de la pensión y se abocó a edificar un gigantesco complejo arquitectónico que conduciría, finalmente, al Gran Hotel Viena. Lo construyó por etapas, siendo definitivamente terminado en 1945, año en que la Alemania nazi se rindió ante las tropas aliadas. Como puede verse, la historia alemana del Gran Viena, coincide, de principio a fin, con el apogeo y decadencia del Tercer Reich.

Según me informara Patricia Zapata, una cronología aproximada de la historia del hotel podría sintetizarse de la siguiente manera:

1940-1945: Construcción del Gran Hotel Viena

1945-1946: Máximo Palhke explota el hotel por unos pocos meses antes de irse de Miramar para no volver nunca más (falleció en Alemania en la década de los "60). Durante el período en que Palhke administró el hotel el número de huéspedes no superó los 8 a 16 hombres, solamente.

1946-1948: Martin Krüegger (Jefe de Seguridad) se queda a cargo del hotel, que permanece cerrado y habitado sólo por él. El Gran Viena no recibe huéspedes.

1948-1954: Tras la misteriosa muerte de Martin Krüegger (envenenado), los jardineros del hotel, la familia compuesta por Koloman Kolomi Geraldini y su esposa, Helena Noval de Kolomi, permanecen en el edificio ocupándolo y manteniendo sus instalaciones.

1954-1964: Los Kolomi abren el hotel al público. Lo explotan empresarialmente. De jardineros pasan a ser hoteleros.

1964-1980: Un hombre apellidado Sosa se hace cargo del hotel. Lo abre al turismo. Es la "Edad de Oro" del Gran Viena. Todos sus sectores son puestos a disposición de los huéspedes. El negocio fue redondo. No paga alquiler a nadie y todas las ganancias las embolsa él mismo. Según se dice, Sosa es uno de los responsables del desmantelamiento del hotel. Se llevó muchas de las cosas que había en el edificio.

1980: La inundación —iniciada en enero de 1977— llega a los pies del Gran Hotel Viena.

1985: El agua salada de la laguna alcanza los subsuelos del Gran Viena. El hotel cierra por completo sus puertas

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GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 3


El Gran Hotel Viena desentonó siempre en Miramar.

Es demasiado grande, demasiado imponente, demasiado caro para una localidad que, a la fecha de su apertura oficial (1945), no llegaba a los dos mil habitantes, estaba a contramano del mundo, en un paraje aislado y sin rutas directas. Así todo, Palhke invirtió en ese sitio una verdadera fortuna.

El edificio, hoy en ruinas, sigue impactando al visitante. Su estilo racionalista —tan propio en la década de los "40— perturba la mirada de aquel que observa la chata costa miramarense, puesto que su cuerpo sobresale como si fuera un gigantesco buque encallado.

Hoy silente y abandonado, el Gran Hotel Viena supo ser el testigo de una época extraña y peligrosa. Una época en que el racismo, el fanatismo político, la violencia y las catástrofes producto de la expansión nacionalsocialista desestabilizaban la paz mundial.[3] En un momento en que la idea de progreso parecía estar muerta —especialmente después de la gran guerra de 1914— un empresario alemán apostaba al futuro gastando un dineral inconcebible en un rincón desconocido del planeta. Quizás estaba pensando en los mil años de gloria que el Führer había prometido desde los estrados, augurando un Nuevo Orden Mundial bajo la sombra de la svástica. Por fortuna, ese prometido milenio se redujo a sólo doce años y la influencia de la ideología nazi se debilitó, aunque no desapareció del todo. Cuando el Tercer Reich cayó bajo las bombas aliadas y el mundo terminó declarándole la guerra a ese gigante de pies de barro, el Gran Viena Hotel se derrumbó con él. Porque la historia del hotel está indefectiblemente ligada a la del nacionalsocialismo.

¿Palhke era nazi? Adoraba, seguramente a su país, y veía con buenos ojos la rápida recuperación que experimentara desde que Hitler asumiera el poder en 1933. Se comenta que en el patio central hubo banderas nazis decorando los marcos de las ventanas y que por una denuncia debió quitarlas.[4] Por otro lado, su jefe de seguridad, Martin Krüegger, era un ingeniero condecorado en la Segunda Guerra, poco antes de hacerse cargo de la vigilancia del hotel en 1943. La gente lo describe como un tipo alto, típicamente teutón, muy serio, siempre vestido de gris y con modos autoritarios con los que controlaba a sus diez guardias armados, encargados de proteger el perímetro del Gran Viena.

Como si eso fuera poco, los Palhke mantenían una estrecha amistad con la familia Eichhorn, propietarios del famoso Eden Hotel de la localidad cordobesa de La Falda, que eran declarados miembros del Partido Nacionalsocialista. Numerosos documentos testifican esa ligazón. Además, los Eichhorn siempre se mostraron resueltamente orgullosos de exhibir sus svásticas y haber colaborado en la campaña política de Hitler, contribuyendo con dinero y actuando —posteriormente— como espías nazis desde las sierras argentinas.[5] La casualidad quiso que Walter e Ida Eichhorn tuvieran una casa de descanso a menos de doscientos metros del Gran Hotel Viena.[6] Muchos testigos afirman que ambas familias se solían reunir a tomar el té por las tardes.[7]

¿De qué charlarían?...

No lo sabemos. De hecho es muy poco lo que se conoce sobre la historia íntima del hotel. Máximo Palhke se encargó muy bien de poner todos los documentos a buen resguardo. Cuando en marzo en 1946 decidió abandonar "misteriosamente" Miramar, se llevó todos los registros del hotel.

Absolutamente todos.

Según cuentan testigos, los Palhke cargaron tres pequeños colectivos con cuadros, libros, papeles, vajilla con el logo del águila bicéfala y hasta —se dice— un juego de copas con simbología nazi. Más tarde, uno de los chóferes —de vuelta al pueblo— relató haber viajado hasta la localidad de La Cumbrecita, otro sitio identificado con nazis fugitivos, de la que regresaron con los colectivos vacíos.[8]

¿Es otra contingencia el hecho de que Palhke se retirara justamente después de la rendición alemana? Un viejo dicho británico dice: "La primera vez es casualidad. La segunda, coincidencia. La tercera, acción del enemigo".



Como señalamos anteriormente, el Gran Hotel Viena se construyó por etapas.

El sector más antiguo que se conserva es el que, en teoría, iba a estar destinado a las institutrices y se ubica en la parte rasera del complejo. Fue levantado por Palhke mientras duraba su sociedad con la señora Tremetzberger en 1938. Tenía habitaciones en duplex y era el lugar en el que la familia del empresario se hospedaba. Los baños estaban revestidos de azulejos de origen alemán y sanitarios traídos de Inglaterra. Es la única parte del hotel que desentona estilísticamente con el resto.

Entre 1940 y 1943 se construyó lo que sería el sector VIP del Gran Viena. En él estaba el ingreso principal al complejo y se concentraba todo el lujo. Constaba de una planta baja, que tenía una sucursal bancaria, correo, una central telefónica y la peluquería unisex, todo exclusivamente reservado para los huéspedes, como así también un comedor para 200 comensales lujosamente ambientado y decorado con la sobriedad del buen gusto burgués. Poseía además, dos plantas superiores con un total de 28 habitaciones cada una de ellas con baños privados, bañeras y balcones que daban a la laguna de Mar Chiquita. En los sótanos estaba la cámara frigorífica y la bodega con miles de botellas de vinos importados, traídos especialmente de Europa.

Finalmente, entre 1943 y diciembre de 1945, se terminó de construir el último sector del hotel, conocido como el "sector de clase media". Constaba de una planta baja con dos comedores y un par de pisos que contenían un total de 35 habitaciones equipadas con calefacción central (no refrigeración), baño privado y bañera. Todos los cuartos eran single (individuales) y había un ascensor que comunicaba con la planta baja, además de las escaleras de granito. Este sector del hotel es el que más se parece a un hospital y de hecho muchas personas han advertido las semejanzas arquitectónicas que tiene con nosocomios de la ciudad de Córdoba y de Capital Federal.

Separadas del resto del hotel, pero dentro del predio que éste conformaba, estaban las cocheras y la usina eléctrica. También la gran torre de agua, de más de veinte metros de altura, y capaz de contener 50.000 litros, era uno de símbolos más destacados del hotel. Tenía una escalera de 122 escalones y desde lo alto podía tenerse una visión panorámica de todo el pueblo. Un puesto privilegiado de vigilancia. Y digo bien, " vigilancia", ya que los vecinos relatan que era muy común observar a un guardia armado controlando todo desde arriba.

¿Para qué quería un hotel cinco estrellas un guardia con armas de fuego sobre una torre gigantesca de agua?

El Gran Viena era un mundo en sí mismo, cerrado, aislado al exterior. Un islote de misteriosa intimidad protegido —según se cuenta— por una decena de guardias uniformados bajo las ordenes del personaje más enigmático de todos: Martin Krüegger.

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GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 4


Se sabe que nació en Berlín, que era ingeniero de profesión y héroe de guerra entre 1939 y 1943. También es sabido que apareció en Miramar en el último año citado y que se hizo cargo de la seguridad del complejo hotelero, que custodió con mano de hierro junto con una grupo de hombres bien equipados. Según cuentan los testigos (ex empleados), era un sujeto alto, de fríos ojos celestes y siempre vestido impecablemente con traje gris y zapatos muy lustrados (una obsesión dentro del gremio de los militares). No conocemos cómo era su rostro. No hay a la fecha ninguna fotografía que lo muestre, pero por las descripciones que Patricia Zapata recopiló, era el modelo ejemplar del fenotipo teutón. Un ario que hubiera puesto orgulloso al mismísimo Führer.

Autoritario, leal, organizado y muy celoso de sus tareas, Martin Krüegger era la persona que llevaba adelante al Gran Hotel Viena y la única que lo habitó cuando, en 1945, Máximo Palhke se marchó para no regresar más.

Deambuló por el hotel hasta 1948. Los rumores cuentan que durante esos años recibió invitados. No se conoce quiénes fueron. Y no lo sabremos jamás. Cuando Krüegger apareció muerto por envenenamiento en una de las habitaciones que hay sobre las cocheras, se llevó con él muchos secretos a la tumba. Las investigaciones no pudieron determinar si había sido suicidio o asesinato. Fue velado por un par de vecinas del Gran Viena y enterrado en el cementerio de la ciudad de Balnearia. Hoy su tumba ya no existe. Sus restos consumidos terminaron, tras años sin reclamos, en el osario municipal. Aún después de muerto mantuvo el anonimato que siempre buscó; a tal punto que mucha gente niega hoy la existencia de este singular personaje.

¿Por qué negar algo que la mayoría de los empleados y lugareños recuerdan?

¿Quién fue realmente el ingeniero Martin Krüegger?

¿Era el fiel servidor de Máximo Palhke o algo más que eso?

En opinión de Patricia Zapata, Krüegger fue el personaje más importante de el Gran Hotel Viena.

¿A quién representaba? ¿Qué protegía con tanto celo? ¿Por qué motivo fue él quien se quedó en el hotel hasta el momento de su muerte?¿Colaboró, desde los grises muros del hotel, con el escape los criminales de guerra después de la derrota del nacionalsocialismo en 1945?

Conjeturas.

Meras conjeturas. Hipótesis que nunca serán comprobadas, a menos que aparezcan los documento que se llevaron y certifiquen estas alambicadas suposiciones.

Con relación al rol que cumplieron los Palhke en todo este asunto, también sobrevuelan muchas dudas.

¿Por qué se llevó a cabo semejante inversión si el hotel estuvo abierto por tan poco meses (de diciembre de 1945 a marzo de 1946)? ¿Por qué la familia no reclamó nunca un solo peso?

De hecho, actuaron como si nada de todo esa fuera suyo.

¿Quién era el verdadero propietario del Gran Viena, entonces? ¿De dónde provinieron los capitales para construirlo? ¿Lavaje de dinero nazi?

No lo sabemos.

"Para mí los Palhke no eran los dueños del hotel —dijo Zapata—, sino meros testaferros de alguien más importante. ¿Quién? Lo desconozco. Es difícil comprobar esto. Aún hoy, todos ocultan algo. Pero los capitales fueron, sin duda, del nacionalsocialismo alemán."

Numerosos estudios han confirmado en los últimos años el "lavado" de dinero nazi en nuestro país durante las décadas del "40 y "50 del siglo pasado. Del mismo modo han surgido innumerables libros que explotan uno de los mitos más arraigados desde los días de la segunda guerra mundial: el de la llegada de jerarcas y oro nazi en submarinos, pocos antes de la rendición alemana. Según uno de los libros más serios que hay al respecto, La Conexión Alemana, escrito por la investigadora Gaby Weber, el transporte de lingotes de oro hasta la Argentina "(...) es poco probable, no sólo por la distancia geográfica, sino por el peligro que implicaba el dominio de Inglaterra sobre las rutas marítimas. Es cierto que, poco después de finalizada la contienda, los submarinos alemanes U-530 y U-977 se rindieron a las autoridades en Mar del Plata. Pero se presume que fueron intentos individuales de fuga y no una transacción coordinada."

Es también necesario recordar que por aquellos días las cosas no eran tan fáciles, ni la ideología neoliberal se había desparramado por el mundo. Los estados vigilaban mucho la transmisión de dinero de un lado a otro y "(...) a partir de 1942 se dificultaron los giros del exterior a las cuentas argentinas, el Banco Central exigió declaraciones juradas sobre la finalidad de las transacciones: realizar una transferencia encubierta habría requerido demasiadas complicaciones ."

Por lo tanto, según Weber, "sólo fue posible ocultar el dinero que ya se encontraba en Sudamérica, pero no el que aún debía ser transportado. Antes del fin de la guerra, la filial argentina del Deutsche Bank recibió la orden de transferir el saldo de su cuenta en pesos en Buenos Aires a la Compañía Argentina de Mandatos Sociedad Anónima."

Ese tipo de operaciones se volvieron muy comunes. Todos sabían que el nacionalsocialismo tenía los días contados y que los vencedores iban a confiscar los bienes pertenecientes a Alemania en todas partes del mundo. Por ese motivo, los nazis residentes en nuestro país —organizados en la "Gau Ausland" (Comarca Extranjera)— "procuraron evitar la confiscación de sus propiedades transfiriendo las mismas a testaferros."

En este contexto podemos ubicar las inversiones millonarios de Máximo Palhke hechas en el Gran Hotel Viena. La época coincide, pero no hay pruebas documentales. De todos modos, si seguimos la línea argumental de Weber, "según la documentación obtenida hasta ahora, fueron sólo unas pocas transacciones y la mayor parte de ellas fallidas. Algunas fueron confiscadas por el gobierno argentino, a pesar del intento de «lavado», otras fueron reconocidas ilegalmente como propiedades de los «hombres de paja »."

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GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - PARTE 5


Un edificio con el aspecto que el Gran Hotel Viena tiene en la actualidad no puede estar exento de convertirse en el escenario de fenómenos paranormales. El imaginario colectivo y el rumor lo han convertido en un "sitio encantado" y no son pocas las historias de fantasmas que circulan en el pueblo, que hacen referencia a sucesos escalofriantes ocurridos dentro de sus derruidos muros.

Siempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en historias fantásticas que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con organizar una reunión frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de verano— para advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia temas que meten miedo y que, generalmente, tienen como protagonistas a fantasmas de distintas especie.

En circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando ocultas relaciones, antes no tenidas en cuenta.

La noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental, sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con gran éxito editorial.

Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo.

Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios reflejos.

Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo. Depende del lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo. Por ello, una Historia de los Fantasmas nos obliga a recorrer los senderos —ya exitosamente transitados— de otras historias, como la del cuerpo, la de la muerte o la de la lectura. Significa, también, dejar abierta una puerta al estudio de los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII indican una progresiva secularización y un olvido de los deberes y normas trascendentes, para centrarse únicamente en la condición inmanente del ser humano).

En muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas cosas al mismo tiempo.

La creencia en la existencia de fantasmas es un hecho generalizado que se fija prácticamente en todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore referidos a ellos, testimonian —directa o indirectamente— el interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte; al tiempo que explicitan la propensión de una época determinada a seleccionar respuestas, entre un repertorio cultural particular, en consonancia con las demandas de una situación concreta.

Occidente ha tenido con las muy variadas entidades intangibles de su imaginario una relación que se advierte cualitativamente cambiante en momentos determinados de su historia; y múltiples han sido los factores que se conjugaron para que los fantasmas sean hoy lo que la literatura muestra y mucha gente sostiene que son. Por todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la experiencia temerosa ante los fantasmas —así cómo la conceptualización, atributos y cualidades que de ellos se ha tenido— estuvo —y está— social, cultural e históricamente determinada.

Los fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el individualismo.

Banderas visibles del antirracionalismo, los fantasmas —apareciendo y desapareciendo— denuncian insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas esperanzas, no del todo creídas.

Las apariciones piden, denuncian, exigen. Desenmascaran una intimidad hipócrita, egoísta y morbosa, que el grupo se ha cuidado muy bien de resguardar. Éste es quizás el motivo por el cual el concepto "fantasma" fue incorporado en algunas escuelas de psicología nacidas a fines de principios del XX.[20]

Durante los días que pasé en Miramar, una de las cosas que me llamó la atención fue el marcado interés que las personas mostraron por "los fantasmas del Viena". Permanentemente oíamos con mi mujer historias "raras" de sucesos aún más extraños que se llevaban a cabo en el abandonado complejo hotelero.

Admitamos que su estructura invita a imaginar espectros y que no es difícil dejarse llevar por la imaginación. Sus ruinosos sectores son estimulantes. Los pasillos y habitaciones, carcomidos por la humedad y los años, generan escalofríos (máxime cuando se los recorre de noche, como lo hice junto con tres personas más). Las puertas, azotadas por el viento que viene desde el "mar" y el ulular de esa misma brisa recorriendo todos los recovecos, ponen los pelos de punta.

Así todo, no vimos ningún fantasma.

Pero, como dice el dicho, "que los hay... los hay"... al menos en el imaginario colectivo.

En las últimas dos semanas del mes de junio de 2009, un equipo de cineastas norteamericanos desembarcaron en Miramar. Buscaban material para un documental de televisión y sorprendieron al pueblo por el organizado despliegue técnico que pusieron en marcha. El primer mundo descubría Miramar y los comentarios no dejaron de circular de boca en boca. La productora intentó imponer un férreo silencio en torno al trabajo, pero ya se sabe que "en pueblo chico, infierno grande". Cuando llegué a Miramar, poco más de siete días después, las historias circulaban por todos lados.

¿Qué venían a buscar, desde tan lejos?

¿Criminales de guerra? ¿Testimonios que descubrieran algún nazi disfrazado de buen vecino? ¿Ustachas croatas sobrevivientes? ¿Imágenes para algún programa de ecología? ¿Flamencos?...

No. Nada de eso.

Venían por fantasmas.

Y parece que ellos sí los encontraron en el Gran Hotel Viena (ya todos sabemos lo fotogénicos que son los espectros, desde principios del siglo XX).

El tema estaba candente. Bastó con anunciar que iríamos al Gran Viena por la noche para que los vecinos desembucharan típicas historias sobrenaturales relacionadas con almas en pena. Naturalmente, los guías del hotel han sido, desde siempre, los depositarios de la mayor parte de este patrimonio intangible.

No hay película de terror que transcurra en algún hotel tenebroso que no tenga una habitación embrujada, escenario de una pasada carnicería o hecho truculento. Tampoco sus pasillos están ausente de fantasmas de niños, ni espectros femeninos que se dejen ver deambulando en la oscuridad.

El Gran Hotel Viena los tiene.

Los residentes del hotel en los años "80 —aquellos que hicieron de cuidadores o intentaron algún emprendimiento comercial poco exitoso— juraron haber oído pasos que subían por la escalera y caminaban hasta la habitación 106 del sector de clase media, cuando se sabía que el edificio estaba completamente vacío. Incluso me informaron que los documentalistas yanquis filmaron dos fantasmas, uno de ellos, justamente, en la habitación citada y otro en el gran salón comedor del sector más elegante del hotel.

Un taxista me contó que "Hay por lo menos dos fantasmas. Un hombre y una mujer. Hasta hace poco sólo se veía a un hombre, pero de un tiempo a esta parte también se ve una mujer triste. En el hotel desapareció una llamada Anna o Hanna, en la década de los "40. Nunca se supo nada de ella. Al hombre— de bigotes— no se lo ve como de carne y hueso, sino una mera figura. Fue visto muchas veces y ha salido en alguna fotos que toman los turistas. Hace una semana, durante la filmación, traje a una mujer y sus hijas al hotel. Ellas vivieron en él por un tiempo, tras la inundación. Abandonaron el edificio porque el fantasma las volvió locas. Dejaron de vivir allí por ese motivo. Cuando nos acercábamos en el auto al hotel se pusieron muy nerviosas y no querían aproximarse. Se arrepintieron de hablar con el canal yanqui. Les producía una enorme angustia volver al lugar de los hechos. Una de ellas contó que sentía cómo una presencia se sentaba en la cama junto a ella. Todos los miembros de la familia sintieron esa presencia fantasmal mientras vivieron en el hotel".

También me relató que un turista, sacando fotos desde el patio del hotel, captó a un hombre alto, de bigotes tupido, con traje color gris, asomado de la ventana de la habitación 61 (sector principal). El propietario de la foto nunca la entregó (dijo haberla perdido), pero ciertos funcionarios de la secretaria de turismo —sostuvo— la habían tenido en sus manos.

Incluso me confesó que, en la habitación 106, un familiar cercano creyó ver una figura sentada sobre la cama, mirando hacia la ventana. No supo si la figura era de hombre o mujer, aunque juró haberla observado.

Pero eso no es todo.

La encargada de la boletería del Gran Hotel me relató una historia de la que ella misma fue protagonista: "Durante el verano pasado —enero o febrero de 2009— subí al primer piso (del sector clase media) a cerrar las persianas y cuando estaba haciéndolo, desde el interior de un placard ubicado a mi lado escuché claramente una voz que me habló al oído. No entendí lo que dijo. Grité y bajé llorando. Me caían las lágrimas. Desde entonces me da mucho miedo entrar sola en el hotel. Subir, no subo más ."

¿Sugestión? ¿Un mero error?

Posiblemente. Pero lo interesante es que muchos creen a pie juntillas en estas historias, como la de ese plomero que, mientras arreglaba partes del hotel, salió corriendo lleno de miedo, anunciando que "algo había" es ese sitio abandonado.

El contexto invita a tener la mente predispuesta a cosas extrañas. Admitamos algo: no es común toparse con un gigantesco hotel en ruinas, ni con una ciudad hecha escombros, debajo de una laguna.

En Miramar, los fantasmas del pasado están por todas partes.

PALABRAS FINALES
Ruinas posmodernas.

Así denominan dos fotógrafos españoles a los edificios abandonados de la actualidad (hoteles, complejos industriales, terminales, estaciones ferroviarias, fábricas, etc.) y nos enseñan que la decadencia también tiene su belleza: la de señalarnos la nuestra propia.

El Gran Viena encuadra perfectamente dentro de esa categoría, enseñándonos cuan delgada es nuestra arrogante seguridad y lo inconstante que son las obras del hombre frente al imparable poder de la naturaleza y el tiempo.

Ante sus restos, es muy difícil evitar no pensar en promesas inconclusas, en utopías que no fueron, y en el inmenso poder de lo invisible, materializado en las bacterias, esporas y sales que lo destruyen con lentitud.

Observarlo con detenimiento, recorrerlo, no sólo nos hace pensar en una época lejana (no tan lejana), sino que nos obliga a meditar en nuestra propia podredumbre, recuperando —como dice Cioran— "el precio infinito de cada instante".

No hay dudas de que uno sale más joven al contacto con la muerte. Y así es como salgo cada vez que recorro lugares como el Gran Hotel Viena o el Eden Hotel de La Falda; ambos, una clara muestra de sabiduría, amargura y farsa. Un grosero muestrario de lo finito. Retazos de historia materializada que sólo nos sugieren una parte muy pequeña de la los proyectos, sueños y esperanzas que allí se desarrollaron y que jamás podremos reconstruir por completo. Son las señales perfectas de un mito que fue, pero ya no es: el del Progreso indefinido.

Karpe diem.

¿Qué más sentir frente a un hotel abandonado? ¿Acaso no vamos todos en es misma dirección?

Abandono y olvido. Es sólo cuestión de tiempo.

¿Pesimismo?

No. todo lo contrario.

Realidad pura y descarnada.

El Gran Hotel Viena renueva mis votos como historiador y especialista en la agonía de las cosas.


Autor:

Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
Universidad Nacional de Mar del Plata
Julio de 2009

FUENTE: www.monografias.com

GRAN HOTEL VIENA - MIRAMAR - UN ENIGMA





Realización: Jorge Villavicencio y Daniel Fonti
Fecha: Enero 2010

VIDEOS DE: revista30dias
FUENTE: www.cordobes.com